El vendedor de diarios que grita en mi ventana tiene cinco hijos que alegran sus mañanas, que lo sacan, de un salto, de su camastro pobre y lo llevan, corriendo, por las cuadras y cuadras.
El vendedor de diarios que grita en mi ventana, tiene una compañera tan pura como el agua, esa que cae, a veces, a torrentes del cielo para regar la espiga que la patria desgrana.
También tiene una pena, y es justo que la tenga, es un hombre común poco sabe de letras, bajo su brazo el mundo se pasea, en silencio, pero él no lo conoce porque no tiene tiempo.
Hay que ganarse el pan, me dijo una mañana, cuando le hablé de Chile, de Chile, de la patria, yo en pijama de seda, él todo de mezclilla, con un parche grandote por ahí en la rodilla.
Perdone caballero, me dijo, el mundo es una mierda y una lágrima, amarga de miseria, le cayó de la cara, brillante como joya, empapando en un diario el gordo de la polla.
Después se fue corriendo, quizá porque no quiso llorar ante un muchacho que puede ser su hijo, y me dejó pensando en el río de sangre que tiene que llorar el mundo para matar el hambre.
El vendedor de diarios, que grita en mi ventana, es un hombre, un hombre, ¿Los demás? Casi nada.