El Último Juguete

Mariano Torrent

Aquella tarde quiso hablar con las metáforas
Que habitan en las gotas de la lluvia
Descifrar el subliminal mensaje que se oculta
Tras el crujido de las puertas

Aquella tarde construyó sobre el papel
Una trinchera para enfrentarse al tiempo
Aquella tarde, en el banco podrido de un
Parque tarareó un tango de Gardel

Aquella tarde blandió su espada al
Mismo tiempo que su inocencia
Aquella tarde, de cristales rotos y
Granadas, no supo si reír o llorar

Aquella tarde cobró los derechos
De autor de todas sus ruinas
Aquella tarde entendió que ya ninguna
Plegaria del mundo alumbraba como antes

Aquella tarde supo que todo camino
Es espejismo, tormenta, mal augurio
Aquella tarde sancionó al desánimo
Bebió el oxígeno de sus ojos cansados

Aquella tarde creyó poder encontrar las huellas
Digitales de su destino en las plumas de las palomas
Aquella tarde escaló murallas de ternura
En el fondo de un acuario de peces rojos

Aquella tarde leyó poemas para no escuchar
Las penas del jardín sucio de su viejo corazón
Aquella tarde pidió tres deseos, durmió la siesta
Soñó que la Luna adelantaba su reloj

Aquella tarde, de besos de óxido y de brea
El cielo era un azul herido esperando anochecer
Aquella tarde, llovieron flores, bostezaron los
Gatos, se llenaron de barro las pieles agridulces

Aquella tarde fue un duelo de leopardos
Y panteras, de aleteos a ras del suelo
Aquella tarde de mirada somnolienta
De manos impacientes y en vigilia

Aquella tarde, despeinada, milimétrica
Errante, de estufas nuevas y ratones asustados
Aquella tarde, con sabor a gelatina
Espejos fragmentados y camas al revés

Aquella tarde, de escalones desordenados
Transformó cada sendero en un escombro
Aquella tarde supo que a los finales
Felices siempre los ajusticia un francotirador

Aquella tarde, de almas perdidas y huesos
Amarillos, siluetas aturdidas temblando
De frío, aquella tarde herida de grandeza
Ansiaba la vida aprender a naufragar

Aquella tarde, de vendedores ambulantes
Y un paisaje repleto de irrevocables cicatrices
Aquella tarde soñó con los ojos abiertos
Con un bosque de árboles agonizantes

Aquella tarde no incluyó en el inventario
El momento exacto del inicio de su llanto
Aquella tarde, de grietas y egoísmos
Comprendió que nunca dos dolores se asemejan

Aquella tarde, de latidos aprendiendo a recordar
Tachó de su cuaderno los adjetivos hirientes
Aquella tarde, a solas con la vida, se sintió
La última baldosa de un salón de baile derruido

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