Era un pueblo pequeñito lejano de la ciudad donde el sol sabe a trabajo y la lluvia sabe a pan. Las muchachas a manzana (como dijo algún juglar), era, en fin, un pueblecito que nadie quiso cantar. Las casas eran de adobe de color todas igual; era el suelo color tierra (era suelo natural). En el corral las gallinas, el cerdo (¡qué gordo está!) y si el mulo no descansa luego no trabajará. En la iglesia, una campana llama al hombre a trabajar. Terrones de tierra abierta pronto lo recibirán. El sol, unas sombras largas contra el suelo aplastará. Sombras de bestia y de hombre. Sombras que vienen a arar. Más allá una sombra breve (sombra de mujer, quizás) va sembrando la simiente que luego germinará. Mientras los hombres trabajan la tierra madre del pan los pequeños, en la escuela, a escribir aprenderán La mujer que queda en casa los más chico cuidará, lavará la ropa sucia y preparara el yantar Cuando el sol de vaya yendo hombre y mulo volverán. Al mulo, el corral lo espera. Al hombre, lo espera el bar. El vaso de vino tinto; las cartas, muy viejas ya; el que nunca dice nada y el que no sabe callar. El Nemesio, ya borracho, volviéndoles a contar de cuando estuvo en la guerra (que estuvo de capitán). - ¿Que tú envidas? pues yo paso. - ¡Que se salen! - ¡A callar! - Cuando yo estuve en la guerra... - ¡Que nos vuelven a ganar! - ¡Asturias, patria querida...! - ¡Así no se "pué" jugar! - ¡Otro tinto p'al Manolo que es el que los va a pagar! Uno a uno, poco a poco, a descansar marcharán. Que mañana, a la mañana hay que volver a empezar. Y esta es la vida, señores, en este pueblo vulgar. El que es pobre, tiene poco; el que es rico, un poco más. El Alcalde es siempre el mismo, como el cura y el del bar, como el médico y el tonto y el guardia municipal.