Mas los tiempos van cambiando y avanza la humanidad y, aunque los inventos nuevos allí tardan en llegar, un buen día el Sr. Alcalde al venir de la ciudad habló en el Ayuntamiento de la nueva novedad. - No lo diga, Secretario ni usted. Sr. Concejal que cuando deba saberlo todo el pueblo lo sabrá. El Alcalde al día siguiente era un hombre popular. Todo el mundo lo sabía y lo fue a felicitar. El pueblo, por fin, tendría, como cualquier capital, un televisor de marca con pantalla y con radar. El pueblo se preparaba al acto trascendental. Un señor muy importante lo vendría a inaugurar. Cuando, por fin, llegó el día todos fueron a esperar al señor y al aparato a la plaza principal. Allí en un entarimado ante el clamor popular se encontraban el Alcalde, la alcaldesa y el barbero, el cura y el secretario, la comisión, el maestro el boticario, el conserje... Los pocos que allí no estaban: (quince y el tonto del pueblo), con las mujeres y niños estaban bajo aplaudiendo. El primero fue el Alcalde y luego, hablaron el resto y hubo que llevarse al tonto porque aplaudía a destiempo. Cuando vino el importante ya todo estaba perfecto, todo estaba ya ensayado, en hablar fue él el primero. Luego, repitió el Alcalde, los demás lo hicieron luego mientras todos aplaudían donde debían hacerlo. Y, después, el importante tirando de un trapo negro lo inauguró al descubrirlo y darle al botón de en medio. Al ver el bello aparato un murmullo surcó el cielo, luego, todo fue suspense: Aquello estaba muy negro. -¡Se ve el pueblo!, dijo el tonto. -¡Calla, que eso es el reflejo! -¡Es que "tié" que calentarse... dijo a la gente el barbero. Una marcha, poco a poco, el silencio fue rompiendo. Y salieron unas rejas y todo el pueblo aplaudiendo. La gente, maravillada ante aquel tan grande invento estuvo como dos horas viendo rejas de progreso.